sábado, 9 de septiembre de 2017

Confesiones de una mente perturbada





Cuando habrá nacido esta lujuria que siento casi todos los días. En ocasiones siento que me mata. Si empiezo a recordar… me imagino que fue hace mucho tiempo atrás. Tal vez fue cuando tuve uso de razón o cuando me volví muy  inteligente en la escuela,  y eso es muy probable que haya sucedido cuando atravesaba mis joviales nueve o diez años.
Me había vuelto un niño precoz desde que mis padres me habían puesto a leer y a escribir duramente. Entonces solía leer mucho, cualquier cosa que me resultara interesante, (sobre todo me fascinaba lo sobrenatural) y  también escribía pequeños relatos, algunos los contaba a mis amigos y otros me los guardaba.  Poco a poco el mundo se me fue abriendo en mi pequeña mente, me paso como a Matilda yo creo.
Por aquel entonces, mi interés por las niñas de mi edad era algo inocente y normal.  Siempre había jugado y me había divertido con mis primas y amigas sin sentir nada pecaminoso. De todos mis amigos era el más inocente y puro, nunca había sentido el amor o esas ilusiones apasionadas, ni siquiera estaba cerca de pensar en tener sexo. Realmente era feliz en mi inocencia acompañado de aquellas simpáticas chiquillas.
Sin embargo no sé cómo empezó a cambiar aquel sentimiento inocente, empecé pronto a ver a mis compañeritas, amigas y primas de otra forma, algo despertó con fuerza en mí. Habrá sido culpa de la televisión o el cine (o tal vez esta maldita ciudad) ¿quién sabe?, pero sucedió entonces que mis primeros sueños húmedos fueron inspirados por adolescentes famosas. Supuse que fue lo normal; no creo haber sido el único en ilusionarse con Lindsay Lohan o las gemelas Olsen.
Sin embargo mi verdadero cáncer mental, la causa de mi masoquismo psíquico empezaría a formarse poco tiempo después, gracias a la magia del internet.
Solo recuerdo que tal vez tendría unos once años cuando mi gran amigo de la infancia me mostró unas imágenes perturbadoras donde aparecían niñas desnudas;  desde entonces hasta el día de hoy me volví adicto a contemplarlas. No sé si nuestra inteligencia, curiosidad o las hormonas nos hacían amar aquella concupiscencia pero era un terrible secreto que debíamos guardar. No lo culpo por mostrarme aquello y tampoco lamento que haya estado ahí para contarme sus fantasías más descabelladas, por él experimenté mis primeros placeres y disfruté de varias charlas sobrenaturales en las noches.
Así como Alejandro tenía a Hefestion así yo tuve a un gran amigo con quien compartir secretos y aventuras. Juntos fuimos dos niños exploradores descubriendo el ancho mundo, crecimos juntos, aprendimos de todo y padecimos del mismo mal (aunque él tal vez no se quejaba como yo).
Y entonces me ha surgido la pregunta ¿me hizo él amar aquello, o ya era así? Lo que trato de entender ahora es que si el amigo de la infancia que tuve, me contagio esta enfermedad o tal vez... yo ya tenía estos pensamientos impuros y simplemente nos hicimos más unidos por tener los mismos gustos.
A veces deseaba volver a hacer un niño inocente, me sentía culpable y creo que lo único que frenaba mi ansiedad era dibujar. Pero aun así era inevitable pensar en aquello.
A mis doce años me encontraba estudiando en la secundaria y mientras a todos mis amigos les gustaba ver mujeres desnudas yo me sentía a gusto observando a las preadolescentes. Así pues tuve que cambiar de gustos para ocultar aquella desviación que tenía por las niñas. 
Me animé pensando en que pasado los años olvidaría aquel cáncer mental y me enamoraría de una linda chica de mi edad y viviría dignamente mis días de estudiante de secundaria. Pero esto nunca paso xD (era demasiada fantasía).
A mis 13 años, prefería jugar con mis vecinas de 8 y 9 años, me gustaba ser su hermano mayor y vaya que eso me hacía feliz. Sin embargo jugaba con fuego, mi conciencia me lo decía, cada vez que palpitaba el deseo concupiscente y aunque no quería tenía que decirles adiós.
Así quiso el cielo que fuera durante aquellos días de mi adolescencia; no quería crecer, quería que el tiempo me dejara ahí jugando con aquellas tiernas y dulces jovencitas que me rodeaban. Pero luego entonces vendría un ser divino, un dios que pondría a temblar mi cuerpo, me haría sobreponerme a él.

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Si apareció ella, la gentil dama de mis relatos sobrenaturales.


Fin

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